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El cohetero de la Real Sociedad mantiene viva la tradición

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Cuando la Real Sociedad se trasladó a su nueva casa en Anoeta en 1993, dejó atrás los fuegos artificiales —en teoría porque el Reale Arena, como se conoce ahora al estadio, estaba más alejado del mar— pero revivió en 2005, a instancias de Iñigo Olaizola, directivo y primo de Alkorta.

Iturralde, de 56 años, ingeniero de ascensores y fanático de toda la vida tanto de la Real Sociedad como de los fuegos artificiales, consiguió el trabajo. “El locutor del club es de Hernani, el mismo pueblo que yo”, dijo. “Me llamó y me preguntó si me gustaría hacerlo”.

En esa etapa, por supuesto, el valor de las bengalas como fuente de noticias ha disminuido: la radio, la televisión e Internet han hecho que la gente de San Sebastián no tenga que mirar el cielo para saber si su equipo anotó o va perdiendo. Izagirre piensa que es útil si no puedes ver el juego, aunque quizás sea poco confiable. “Si estás en la cocina y escuchas un ruido, nunca estás seguro de si te perdiste de algo”, dijo.

Sin embargo, la tradición no solo perdura porque sea exclusiva de San Sebastián —“la afición lo ve como algo que nos pertenece”, dijo Iñaki Mendoza, historiador del club de la Real Sociedad— sino por la genialidad de la idea de Alkorta: se trata de un momento de perfecto suspenso entre las dos explosiones, es un silencio lleno de esperanza y pavor.

“Cuando la gente camina por la ciudad el día de un partido y escuchan el primer cohete, esperan en suspenso el segundo”, dijo Mendoza. “Y cuando lo escuchan, reanudan su paseo con una sonrisa, porque la Real ha marcado”. Izagirre lo describe como “un momento hermoso en el que todos están esperando”.

Sin embargo, durante el último año, los fuegos artificiales han llegado a simbolizar algo más. Iturralde ha tenido que cambiar su manera de trabajar debido a la pandemia. Ya no puede ver partidos desde cerca del campo en el Anoeta, como se conoce localmente al Reale Arena, lanzándose por un túnel para llegar rápidamente a la calle; en cambio, debe sentarse en un palco ejecutivo en la esquina del estadio y navegar por las escaleras al salir corriendo.

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