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La extraña ciencia de la soledad y nuestro cerebro

by admin

La comprensión de Matthews desvió su carrera en una nueva dirección. Dejando a un lado su investigación sobre la adicción a las drogas, en 2013 fue al Instituto de Tecnología de Massachusetts para unirse al laboratorio de Kay Tye. Tye es una neurocientífica enfocada en comprender la base neuronal de la emoción, y también es una de las pioneras de la optogenética, una técnica que utiliza proteínas transgénicas insertadas en las células cerebrales para brindar a los investigadores la capacidad de encender y apagar las neuronas al hacer brillar la luz a través de la fibra. -cables ópticos en el cerebro de animales vivos. El enfoque permite a los científicos activar regiones del cerebro en tiempo real y observar cómo responden los animales. “En el momento en que me incorporé al laboratorio, la optogenética estaba realmente explotando y abrió mucho más potencial para los estudios que podía hacer”, dice Matthews.

Armados con esta nueva técnica, Matthews y Tye querían descubrir cómo las neuronas DRN influían en los ratones durante el aislamiento social. Cuando los investigadores estimularon las neuronas, era más probable que los animales buscaran otros ratones. Cuando suprimieron las mismas neuronas, incluso los animales aislados perdieron el deseo de interacción social. Era como si Matthews y Tye hubieran localizado el interruptor neuronal que controlaba el deseo de interacción social de los animales: se encendía cuando estaban aislados y se apagaba de nuevo cuando se satisfacían sus ansias sociales.

Su descubrimiento podría cambiar radicalmente nuestra comprensión de la soledad. “Tomar esa idea sugiere que existen mecanismos para ayudar a mantener el contacto social de la misma manera que existen mecanismos para asegurarnos de mantener nuestra ingesta de alimentos o nuestra ingesta de agua”, dice Matthews. Sugiere que el contacto social no solo es agradable, es una necesidad fundamental que nuestro cerebro está programado para buscar. Esto ya se confirma en estudios sobre abejas, hormigas, ratones y ratas. “Sin el nivel completo de contacto social, la supervivencia se reduce en numerosas especies”, dice Matthews.

En 2020, otro neurocientífico del MIT publicó un artículo que sugería que los cerebros humanos responden al aislamiento social de una manera similar a los ratones de Matthews. Livia Tomova reclutó a 40 voluntarios y les pidió que entregaran sus teléfonos inteligentes, tabletas y computadoras portátiles y pasaran 10 horas en una habitación solos. Los voluntarios podían ocuparse con libros de rompecabezas y materiales de escritura, pero no se les permitió acceder a ninguna ficción que pudiera contener una pizca de contacto social que pudiera aliviar su aislamiento. Si los voluntarios necesitaban usar el baño, tenían que usar tapones para los oídos que les impedían escuchar cualquier conversación en el camino. “Intentamos crear un escenario en el que la gente realmente no tuviera ningún tipo de aportación”, dice Tomova, que ahora trabaja en la Universidad de Cambridge.

La optogenética es demasiado invasiva para usarla en humanos, pero en cambio Tomova tomó escáneres de resonancia magnética funcional de los cerebros de sus voluntarios. Cuando a los voluntarios aislados se les mostraron fotos de señales sociales, las regiones de sus cerebros asociadas con los antojos se iluminaron con la actividad de la misma manera que los cerebros de las personas hambrientas se iluminaron cuando se les mostraron imágenes de comida. El área del cerebro en la que se centró Tomova es rica en neuronas de dopamina, que impulsan nuestras motivaciones y expectativas del mundo que nos rodea. Cuando nuestros cerebros anticipan una actividad gratificante, como comer o el contacto social, estas neuronas se activan con anticipación. Pero si no obtenemos estas interacciones, nuestro cerebro experimenta una sensación negativa, similar a un deseo.

Tomova dice que esto podría explicar las consecuencias negativas del aislamiento a largo plazo. “Si estás en un estado de estrés prolongado, las mismas adaptaciones que son en primer lugar saludables y necesarias, en realidad se volverán perjudiciales porque no están diseñadas para ser estados a largo plazo”, dice ella. “La idea de los antojos es que el objetivo debe ser buscar a otros y restablecer el contacto social”.

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