Emmert, un ex profesor de ciencias políticas, sugirió que era un enfoque inteligente, no una medida de la influencia de la NCAA, que las ligas intentaran presionar a los funcionarios que podrían ser particularmente afectuosos con sus escuelas de marca. Otros en los deportes universitarios estuvieron de acuerdo en que una estrategia de cabildeo impulsada por conferencias ciertamente podría ser una buena política, pero que también reflejaba serias preocupaciones sobre la influencia de la NCAA.
“El disco azul de la NCAA es tóxico en algunos sectores de Washington, DC, pero sugeriría que no todo eso es justo”, dijo Bob Bowlsby, el comisionado de las 12 grandes, refiriéndose al logotipo de la asociación. “La analogía con el Congreso es acertada: todo el mundo ama a su congresista pero odia al Congreso, y todo el mundo ama a su escuela, pero odia la NCAA”
Dado que la NCAA a veces demuestra ser “una marca problemática”, dijo Bowlsby, “obviamente, queremos tener nuestra propia representación”.
No obstante, la NCAA todavía tiene poderosos aliados en Washington. Hasta hace poco, el secretario de Asuntos de los Veteranos, Denis R. McDonough, y Vivek H. Murthy, el cirujano general, formaban parte de la junta de la asociación. Cuando McDonough dejó la junta el año pasado, Robert M. Gates, quien dirigió el Pentágono durante partes de las administraciones de George W. Bush y Obama, tomó su lugar.
Los legisladores tienen cuidado de no cuestionar la integridad personal de los líderes de la NCAA. Pero en un giro que muchos funcionarios gubernamentales y deportivos reconocen entre risas, el Congreso de los Estados Unidos ha terminado quejándose de la lentitud de otra organización.
Algunos legisladores dicen que la propuesta actual de la NCAA, que permitiría a los estudiantes una oportunidad regulada de beneficiarse de su fama, está muy por debajo de las expectativas.