lLa vida imita al arte y la historia imita su producción. RidleyScott provoca una controversia inesperada. Las críticas no se refieren a la imagen, o digamos a la reputación, de Napoleón. pero en la película misma. Esta es una buena noticia para los tiempos que corren, ya que logra superar la esterilidad de los análisis políticos. Hacía mucho tiempo que una obra de arte no suscitaba un debate tan profuso, prueba, si acaso fuera necesaria, de que, en este país, la batalla entre el buen y el mal gusto es una excepción cultural.
Ridley Scott se arruina reprochando a los historiadores el hecho de señalar inexactitudes científicas. Francia no le está dando una lección de “napoleónica”, sino de cine. Esta es sin duda la razón por la que se ofende al intentar desviar el tema del debate.
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Este país no es precisamente ajeno a las cosas del espíritu, e Inglaterra, por ser uno de los graneros del Viejo Continente, no domina en materia de creatividad: a William Shakespeare, respondemos a Jean Racine; a Laurence Sterne y Denis Diderot; a Óscar Wilde, Voltaire.
La disputa no surge de un reflejo chovinista y franchouillard sino de un ejercicio intelectual y crítico. Este razonamiento conduce naturalmente al tema real: la historia y el arte. De la influencia que el segundo ejerce sobre el primero. ¿Tendrían los grandes hombres un poder de atracción tan fuerte si no hubieran sido el tema favorito de los artistas?
El arte salva la historia del olvido
Para convencerse de ello basta medir la frecuencia con la que nos referimos a él. ¿Habría llegado hasta nosotros la posteridad de los últimos Borbones, Luis XIV, Luis XV, Luis XVI, si no se hubiera filmado tanto el Palacio de Versalles? La observación es obvia: el arte salva la historia del olvido, y la idea que tenemos de ella muchas veces se basa en imágenes determinadas por la cultura.
Las reacciones –favorables o desfavorables, no se trata aquí de juzgar– ante la película de Ridley Scott se basan en realidad en convicciones que nada tienen que ver con la simpatía o la empatía hacia Napoleón, la mayoría de ellas historiadores entrevistados, desde Thierry Lentz hasta Patrice Gueniffey. , sigue repitiéndolo: no les pagan por amar a este hombre, que, además, no era adorable sino admirable.
El director británico no escandalizó a Francia, como él cree, porque ofendió su nacionalismo, sino porque propuso una interpretación que no se corresponde con ninguna de las tipologías vigentes sobre Napoleón.
LEER TAMBIÉN Patrice Gueniffey: “Napoleón es la película de un inglés… muy antifrancés” Las narrativas nacionales –digamos la idea que los países tienen de su historia– encuentran su origen en las obras de arte. Von Grimmelshausen cristalizó la brutalidad de la Guerra de los Treinta Años en Las aventuras de Simplicius Simplicissimusel libro fue tan importante en Alemania que fue objeto de todas las recuperaciones a finales de los años veinte.
Más recientemente y probablemente de forma más evidente, el trauma de la Primera Guerra Mundial se transmitió por primera vez a través de la literatura. Del lado francés, El fuego por Henri Barbusse (1916), Los de 14 de Maurice Genevoix (1949). Del lado alemán: Tormentas de acero d’Ernst Jünger (1920), En Occidente nada es nuevo por Erich María Nota (1928).
Cayó en una escaramuza
Estos autores eran veteranos que favorecían la transfiguración para ilustrar el caos. Para medir la influencia de sus obras en la memoria colectiva, basta mencionar el escándalo provocado en 1923 por El diablo en el cuerpo, el primer libro de un chico de 19 años, Raymond Radiguet, donde una mujer mantiene, mientras su marido está al frente, una relación carnal con un adolescente. Los críticos estaban indignados, Francia lo vio como una afrenta, en realidad era una lectura diferente de la idea que había decidido tener sobre el conflicto.
LEER TAMBIÉN “Napoleón” de Ridley Scott: Joséphine, ángel de la guardaEl filósofo Giorgio Agamben, en una serie de conferencias, cuestionó la posibilidad misma de representar atrocidades en la ficción, tomando como ejemplo Rotoobra maestra de Malaparte (1944), uno de los primeros libros que describe la masacre de judíos durante la Segunda Guerra Mundial.
Francia está recuperando el mejor aspecto de su reputación. La cosa es tanto más notable cuanto que se trata de medios de comunicación de primer nivel, y por tanto de un gran público, que demuestran que no están desinteresados por la cultura y que no necesitan un pretexto político, es decir vulgar, para discutir una obra. de arte. Cómo Ridley Scott cayó en una escaramuza: pensó que se enfrentaba a un grupo de gente gruñona, pero en realidad cayó entre la gente de Molière.
*Arturo Chevallier, nacido en 1990, es historiador y editor en Passés Composites. Fue comisario de la exposición “Napoléon” (2021), producida por el Grand Palais y La Villette. Ha escrito varios libros dedicados a la posteridad política y cultural de Napoleón Bonaparte y el Primer Imperio, “Napoleón contado por quienes lo conocieron” (Grasset, 2014), “Napoleón sin Bonaparte” (Cerf, 2018), “Napoleón y el bonapartismo ” (Que sais-je?, 2021) o “Les Femmes de Napoléon” (Grasset, 2022).
2023-11-21 20:00:00
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