Enkhuizen, 2013. Cuando el rey Willem-Alexander aparece ante el Café ‘t Ankertje durante su visita de presentación a la ciudad de Frisia Occidental, se frota las manos. “Aquí hemos pasado buenos tiempos”, le grita a Karin Mazereeuw, que lo espera en la acera. Y continúa: “¡Qué bueno verte de nuevo!”
El cálido saludo dice mucho del vínculo entre la restauración y el rey Guillermo Alejandro. Él vino allí con regularidad hace unos 35 años, cuando el velero De Groene Draeck atracaba regularmente en Enkhuizen. “No sólo él venía aquí a menudo, sino también los demás príncipes”, recuerda Karin.
Sin móviles ni redes sociales
En aquella época trabajaba en el mismo café que entonces pertenecía a su padre. Una era sin móviles, sin redes sociales. “Él podía ser él mismo aquí. Nadie se sorprendió cuando él estaba allí. Todos continuaron con lo que estaba haciendo. Luego se sentaba a la mesa con mi padre, a quien llamaba ‘abuelo’, y tomábamos una buena cerveza. .
Todavía hay una maravillosa anécdota sobre el bar que se relaciona con esa época. “Siempre digo: ‘Willem-Alexander tenía más probabilidades de arrodillarse por mí que por Máxima'”. Durante una sesión de rock & roll en el bar, Willem-Alexander cayó de rodillas como reyes. “Allí estaba, de rodillas. Frente a mí. ¡¿Quién pasa por eso?!”, dice Karin riendo.