La clase media asediada, especialmente la de los suburbios, en su mayor parte no se unió a los disturbios de los jóvenes radicalizados y las minorías del centro de la ciudad en la violencia, el saqueo y la destrucción, incluso cuando sus negocios a menudo fueron atacados y se perdieron empleos. Algunas tiendas pequeñas que de alguna manera habían soportado los dos meses de cierres, no sobrevivieron a las llamas y allanamientos que devoraron manzanas enteras desde Santa Mónica hasta Minneapolis. Tampoco fue accidental que muchos de los más ricos de la nación, de enclaves en Malibú, Silicon Valley y Manhattan, desempeñaran el papel jacobino entre la aristocracia francesa, y por eso vitorearon las violentas protestas, aseguraron que estaban exentos de las violentas ramificaciones de su propia ideología.
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