No es una pequeña ironía que Abimael Guzmán, el revolucionario maoísta que fundó la organización terrorista peruana Sendero Luminoso hace unos 50 años y murió el 11 de septiembre, vivió lo suficiente para ver a un marxista-leninista, Pedro Castillo, asumir la presidencia de Perú.
Aunque Guzmán y la mayoría de los miembros de Sendero Luminoso abandonaron el terror armado después de su captura en 1992, sus acólitos, representados hoy tanto en el gabinete de Castillo como en el Congreso peruano, nunca abandonaron su búsqueda del poder. Castillo está presionando por una nueva constitución que concentre el poder político y económico en el gobierno y ha nombrado a un primer ministro que simpatiza con Sendero Luminoso desde hace mucho tiempo, medidas que ya están socavando la cohesión social y la confianza en la economía y probablemente afectarán inversión privada. No es alentador.
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