En Smolensk, a principios de la guerra, uno de los dos hermanos Zavyalov, Vladimir, propietario de una pequeña empresa de transporte, descubrió un canal de Telegram que distribuía eslóganes pacifistas en miniatura que parecían carteles de precios en los estantes de las tiendas de comestibles. En cambio, el espacio normal para una descripción como bananas o detergente en polvo decía cosas como: “El ejército ruso bombardeó una escuela en Mariupol”.
Una joven envió fotos de ellos a su abuela, quien alertó a la policía. Los oficiales revisaron las cintas de vigilancia de la tienda y arrestaron a Vladimir.
Su esposa y su hermano, Oleg, fueron detenidos por agentes de la ley por separado para ser interrogados. De repente, al darse cuenta de que el bebé que podía escuchar llorar en una habitación cercana era su sobrino, Oleg dijo que se sentía atrapado en algún lugar entre una vieja película de espías soviética y la Gestapo.
Los fundadores de In Transit dicen que aún no han perdido a ningún fugitivo, aunque dicen que otros grupos sí lo han hecho, en su mayoría personas que ignoraron las órdenes de dejar sus teléfonos celulares o incluso publicaron en las redes sociales desde la carretera.
Los que escaparon describieron emociones encontradas al cruzar la frontera: el alivio se mezcla con la comprensión de que no regresarán ni verán a sus familias en el futuro previsible. A medida que reconstruyen sus vidas, todos lidian con la ansiedad, especialmente el temor de que de alguna manera sean arrastrados de regreso.
El actor, Oleksandr, dijo que cuando finalmente llegó a una habitación de hotel fuera de Rusia y cerró la puerta, se quedó a oscuras durante una hora, llorando. Durante el mes siguiente, las escenas de la oficina de alistamiento militar persiguieron sus sueños.
Pero al oír hablar de amigos muertos en la guerra, no se arrepiente. “Antes eran personas decentes”, dijo, “y ahora cada día hay más y más personas que conozco, personas que no pudieron escapar, y así se despidieron de sus vidas”.